sábado, 4 de abril de 2020

Sobre el origen de los celos



Cuando una persona está enganchada, enamorada, estupidizada, obnubilada, enceguecida por alguien (o todos los anteriores son correctos), todo es color de rosa, la vida le sonríe, no importa lo mal que puedan salir las cosas, una llamada, un mensajito, una salida, un abrazo de esa persona es suficiente para estar en las nubes todo el día.
Me acuerdo de una vez en particular en que estuve así. Verano de 2004, de vacaciones en Córdoba; me pasaba todo el día, pero TODO el santo día, hablando de un chico que acababa de conocer. Me parecía perfecto, hasta en el nombre, tan dulce, pero mejor no lo nombro aquí.
Al perfume que usaba, aún hoy lo reconocería en cualquier lugar; me aprendí de memoria las tres arruguitas que se le formaban en los párpados cuando se reía; y también memoricé la forma en que movía los labios cuando me hablaba, porque la verdad es que por momentos no escuchaba ni una palabra de lo que decía.
Lo más raro de esta situación es que ves a esta persona tan perfecta que perdés el sentido común, el buen juicio, y empezás a creer que todo el mundo la ve como vos, y por lo tanto va a querer levantársela, entonces ahí tenés un posible motivo para que surjan los celos.

En realidad lo que quería contar es que en mi adolescencia tuve unas alumnitas particulares, y cuando tenían alrededor de ocho años (eran gemelas) una me dijo:

-Ivana... creo que ya sé porque la gente siente celos 
-Ah, sí? Y por qué? 
-Porque cuando una chica tiene novio, lo quiere mucho mucho, y como lo quiere mucho lo ve re lindo, entonces piensan que todo el mundo lo ve así, por eso tiene celos

Sí, ya sé, acabo de robarme la explicación de una niña de 8 años, pero es que es genial!

Borrador de un duelo perdido en el tiempo

Abrir el reproductor de música para escuchar algo acorde a la ocasión, a saber: "Porque la quería", "Confesión", "Origami", entre otros. 
Quizá un tango de esos que sonaron tantas veces mientras en mi cama o mi sillón hicimos el amor. 
Preparar un cóctel en el que no faltara tu cobardía, tu indecisión y eso que vos, y sólo vos llamaste amor. Tomarlo solo, degustarlo en silencio. 
No quejarse. 
No llorar. 
No confesar lo ocurrido a persona alguna.
Callar, ahogar cualquier atisbo de sentimiento en un malogrado texto que no conocería papel ni cajón, sino que se perdería en la inmensidad de imágenes que más de tres años nos dejaron de recuerdo.
Torturarse leyendo poesías oscuras y melancólicas, textos sombríos.
Nuevamente callar, ocultar, negar lo que estabas sintiendo. 
Tragarse las lágrimas y sentirse así intoxicado por un tiempo.
Sufrir en función del daño que uno es consciente de haber hecho. 
Esa era tu receta para superar nuestra pérdida.
No tenías que hacer nada de eso, yo te quería, y vos no podías quererme de la misma manera. 
Qué verdad más triste e implacable, qué verdad sin remedio.