viernes, 20 de junio de 2008

Mensaje


Justo cuando los vestigios del sol hubieron empezado a perderse, borrando casi este día de toda posibilidad de cambio, descubrimiento o redención; en ese momento noté el sobre descansando sobre el lecho... Entonces, una imagen y una sensación se unieron para configurar el trazo reciente de tu rostro en mi memoria, y un eco casi audible trajo tu nombre, que enseguida se perdió en los ácidos sollozos del asfalto encendido por el gentío...
Camino ahora; nunca me había percatado de la tristeza que este corredor me impone, solapada en un miedo que apenas puedo contener; tampoco lo había pensado jamás... qué solitaria sería mi vida si te marcharas.
Es ya el último peldaño, me cuesta un poco impulsarme hacia el techo de tejas rojo tanino para sentarme allí y esperar una señal, que inspire una suerte de valor clandestino...

¿Cuándo hube dejado de observar el mundo de alegrías supérfluas y verdades supraimpuestas, que se abre ahí a mis pies, prometiendo una vida simple en la opacidad de la indiferencia?

La inclinación leve de la construcción me brinda cierta comodidad, el azul del cielo se apresura a perderse, casi puede oirse el momento en que el sol quiebra su presencia tras los cerros; leves relámpagos oscuros inauguran el esplendor de sus alas en vuelo, perdiéndose en la línea intangible trazada por nuestros sentidos en el firmamento...

Quiero huir, realmente quiero huir de tus tristezas, mis seudo enunciados lo invocan, deseo irme, pero me resulta imprescindible la certeza de que alguien me espera...
Mi carne no responde ya al gobierno de mi conciencia, mis manos tiemblan demasiado... Igual, ya no tiene importancia mantener intacto este sobre... Ya... se rasgó sólo un poco...
Tus manos, tu mirada tras el cristal, tu expresión, quizá de alivio, o tal vez rayando el llanto, el contexto todo en el que inscribiste lo que ha de ser una huella imborrable acude en mi ayuda; debo hacerlo ahora, pues en escasos instantes, la fuerza que regula y mantiene la esencia en su determinación doble, y ajena a la comprensión humana, ha de clausurar la claridad de este día para siempre...
Un árbol cesa su llanto de otoño para observarme, el viento dibuja sonrisas en las nubes repentinas, la noche cercana hace alarde ya de su frialdad; al fin mis manos abren el papel y, aunque mis ojos ven, mi conciencia se niega a entender el mensaje, un momento de negación patológica lo propicia; el azul de la tinta muestra, sin embargo, inexorable tu sentencia: Adiós.