martes, 26 de octubre de 2010

Fumar...

... hacia la mitad del cigarro lográs lo que te proponés: sentir la oleada de nicotina en tu sangre, con todos sus efectos... lentamente se amortigua tu cuerpo, la tensión te libera de su chaleco de fuerza y podés entonces respirar más profundamente, mientras tus dedos de a poco renuncian al golpeteo y dejan de temblar de miedo; has logrado amortiguar también en cierta forma tus sentimientos...
cerrás los ojos para disfrutar mejor del aire de la noche que -lejos de la ciudad- se siente puro, reconfortante, fresco; te recostás entonces sobre el techo, la inclinación leve de su construcción te lo facilita;
abrís los ojos y se abre a la vez para vos el cielo,
claro, limpio, a lo lejos surcado por luces en movimiento, entonces anhelás esa sensación: la de ser ave en pleno vuelo...
lentamente tus pensamientos ocupan su justo lugar y empezás a repetirte que todo estará bien, que cada cosa, situación, persona, recuerdo, gesto se reestructurará como deba hacerlo; y no podrás lamentarte del resultado si no fuera el que esperás... porque te conformarás diciendo que así lo exigía el equilibrio del universo, o algo por el estilo que te libere de la tristeza que al encender el primer cigarrillo estabas sintiendo...