miércoles, 11 de marzo de 2009

Me enamorás

(...)
Examiné el contorno de su frente alta, pálida: era impecable
—¡qué fría en verdad esta palabra aplicada a una majestad tan divina!—
por la piel, que rivalizaba con el marfil más puro,
por la imponente amplitud y la calma,
la noble prominencia de las regiones superciliares;
y luego los cabellos, como ala de cuervo,
lustrosos, exuberantes y naturalmente rizados
que demostraban toda la fuerza del epíteto homérico:
«cabellera de jacinto».

Miraba el delicado diseño de la nariz
y sólo en los graciosos medallones de los hebreos
he visto una perfección semejante.
Tenía la misma superficie plena y suave,
la misma tendencia casi imperceptible a ser aguileña,
las mismas aletas armoniosamente curvas,
que revelaban un espíritu libre.

Contemplaba la dulce boca.
Allí estaba en verdad el triunfo de todas las cosas celestiales:
la magnífica sinuosidad del breve labio superior,
la suave, voluptuosa calma del inferior,
los hoyuelos juguetones y el color expresivo;
los dientes, que reflejaban con un brillo casi sorprendente
los rayos de la luz bendita que caían sobre ellos
en la más serena y plácida
y, sin embargo, radiante, triunfal de todas las sonrisas.

Analizaba la forma del mentón
y también aquí encontraba la noble amplitud,
la suavidad y la majestad,
la plenitud y la espiritualidad de los griegos,
el contorno que el dios Apolo reveló tan sólo en sueños a Cleomenes,
el hijo del ateniense.

Y entonces me asomaba a los grandes ojos de Ligeia.
(...)
Los ojos eran del negro más brillante, velados por oscuras y largas pestañas.
Las cejas, de diseño levemente irregular, eran del mismo color.
Sin embargo, lo «extraño» que encontraba en sus ojos
era independiente de su forma, del color, del brillo,
y debía atribuirse, al cabo, a la expresión.
¡Ah, palabra sin sentido tras cuya vasta latitud de simple sonido se atrinchera nuestra ignorancia de lo espiritual!
La expresión de los ojos de Ligeia...
¡Cuántas horas medité sobre ella!
¡Cuántas noches de verano luché por sondearla!
¿Qué era aquello, más profundo que el pozo de Demócrito
que yacía en el fondo de las pupilas de mi amada?
¿Qué era?
Me poseía la pasión de descubrirlo.
¡Aquellos ojos!
¡Aquellas grandes, aquellas brillantes, aquellas divinas pupilas!
Llegaron a ser para mí las estrellas gemelas de Leda,
y yo era para ellas el más fervoroso de los astrólogos.
(...)

-Ligeia- (Fragmento)
Edgar Alan Poe

Este es el estilo de texto que me enamora, me llena de endorfinas (para más información sobre las endorfinas leer este post).
Salvando las distancias, hay un blog que me provoca esto, un blog cuyo dueño ha volcado en él un estilo peculiar de escribir que encuentro... atractivo, magnético, interesante, en fin... Es un blog que me enamora.

Para el dueño de ese blog va entonces este premio




Sabés que es a vos, Sergio, por Academia de Frikilosofía.
Espero que tengas tiempo para seguir escribiendo en él.


(A todo el que sienta algo similar por algún blog, está autorizado a robar el premio.)