martes, 14 de octubre de 2008

Amar/Desear vs. Amar/Necesitar

La idea es conocer a alguien y, luego de acumular fuertes indicios a favor de su condición de humano, de persona falible, y no de ideal encarnado en la figura celestial de un cuerpo sobrestimado y endiosado por nuestro imaginario; la idea -decía- es poder lograr ésto y seguir amándolo, seguir sintiéndote incompleto (pero feliz) en su ausencia (o quizá empezar a amarlo y a sentirte incompleto en su ausencia). Entonces, se puede ver a la pareja no como lo que uno esperaba, buscaba, imaginaba, fantaseaba que tenía que ser, sino simple y sencillamente como una persona que, con fallas y todo, nos hace feliz y nos mueve a hacer lo inimaginable para verla, escucharla, sentirla, pero siempre con el referente no es un otro-yo, sino otro, distinto, del que sólo puedo exigir respeto y sinceridad, pero nunca más que eso. Los cuidados, los mimos, las ganas de estar o no, quedan librados totalmente a su singularidad que no es moldeable a mi gusto. Esta, a mi parecer, es la base de una relación sana, que se orienta con las coordenadas del deseo, el que tiene la capacidad de empujar hacia atrás al egoismo, y nos permite ver realmente a la persona, y no a la idea que tenemos de ella.

Pero, muchas veces, marcamos al otro con los rasgos de un ser sobrenatural, puesto en nuestro camino para brindarnos aquello que no podemos encontrar por nosotros mismos, ya sea seguridad, confianza, (seudo)felicidad, entonces, dejamos de entender a esa persona en su condición de tal, y nos sentimos con derecho a exigirle mucho más allá de lo que podemos con justeza esperar; ésto implica por supuesto que no podemos ver a la persona detrás de la imagen que nos hicimos de ella, de la imagen que en nuestra mente formamos de cómo sería, como debería ser, según vaya uno a saber qué parámetros. De aquí surgen los discursos que intentan imponer al otro lo que nuestro ideal dicta que (y me vuelvo redundante) debería ser/hacer una pareja: deberías preferir estar conmigo y no con tus amigos, deberías extrañarme y preocuparte por mí, deberías cuidarme, deberías llamarme, deberías tener ganas de verme siempre, deberías estar bien siempre que yo lo necesite, aunque tu mundo se venga abajo, deberías cambiar por mí.

Aquí el motor del amor no es el deseo, sino la pura necesidad del otro, necesidad que en todos los casos puede ser satisfecha por cualquiera que cumpla con la condición mínima de responder a esa demanda de ser un objeto que tapona la falta que sentimos tener. La necesidad pone en primer plano al egoismo, porque lo que importa de la relación es lo que podamos obtener de ella, el otro es sólo un medio, un cualquiera sin atisbo de deseo alguno.